Malón de Abipones!

Año del Señor de 1747, en la Falda de Soconcho, Gobernación de Córdoba del Tucumán.

Promediando el verano doña Francisca de ÁVILA y FERREYRA ABAD apuraba los preparativos en la galería de algarrobos de la estancia del Soconcho. Su marido, el Maestre de Campo don Juan Clemente de BAIGORRÍ y TEJEDA se preparaba para partir hacia la ciudad de Córdoba de la Nueva Andalucía en compañía de sus hijos mayores: José Roque y Tomás. Francisca no iba a permitir que salieran con las tripas secas. Al tiempo que preparaba las viandas, su madre, doña Rosa de Ferreyra Abad entretenía a la pequeña Catalina y al recientemente nacido José Clemente.

Los chocos camorreaban haciendo aun más ruidosa la partida de la comitiva. Más de uno se ligó un botinazo del Maestre de Campo que perdía la paciencia. Cargaron las viandas de charque de cordero y tamales devotamente envueltos por doña Rosa; llenaron las botas con aloja de algarroba blanca, y emprendieron la travesía hacia Córdoba que debería de llevarles algo más de 2 jornadas, sobre todo porque llevaban caravana con productos para ser ofrecidos en el mercado de Córdoba: dos carretas rebosantes de cueros, charque, lanas y tejidos, y una tropilla de trece mulas gateadas mansas, más un burro mañero entreverado, que tenían destino final en las minas de Potosí, en el Alto Perú.

Salieron faldeando las Sierras de Viarava en dirección a Alta Gracia, en las mercedes de don Alonso Nieto de Herrera. Sin embargo, a poco de cruzar el rio Soconcho, sobrevino un silencio inusual seguido de un estruendo como de una manada de toros de Jijona escapando del mismísimo demonio. Los ladridos de los chocos y los gritos de los teros anticipaban algo para nada bueno, y don Juan Clemente ordenó un alto a la caravana al tiempo que, apretando sus espuelas entre el costillar y las verijas de su bayo cabos negros, emprendió con premura el regreso a su finca desandando el trecho desde el rio.

Al llegar sus ojos presenciaron la furia de un malón de indios abipones azotando la estancia. Lanceando cada cosa que se moviera, prendido fuego a todo aquello que estuviera quieto. De tal tenor era la saña que poco se interesaron en el pillaje de bienes ni provisiones. Al frente de la horda se encontraba el cacique Kebachichi, quien había montado en repetidas ocasiones junto a al gran cacique Ychoalay (bautizado por los españoles como José Antonio Benavides).

Ychoalay
Ychoalay, ilustrado por Samuel Goodrich en su libro “Lives of Celebrated American Indians”. New York, US, 1844

Kebachichi fue el mismo que unas semanas antes había atacado a la caravana que llevaba al padre jesuita Santiago Herreo desde Córdoba hasta la reducciones guaraníes del norte de la actual Provincia de Santa Fe. Aparentemente el mismo empuñó la lanza que atravesó el pecho del mártir jesuita.

En el ataque los abipones asesinaron a todos los criados y a doña Rosa -suegra de don Juan Clemente-, y se llevaron cautiva a su hija Catalina. Su mujer Francisca de AVILA y su hijo José Clemente sobrevivieron de milagro. Este último más adelante ingresaría de novicio a la Compañia de Jesús, sufriendo peripecias que describe el padre Gaspar Juárez en su Libro “La vida del novicio jesuita José Clemente Baigorrí” (1)

Carlos Page sitúa al cacique Kebachichi en estos parajes en su escrito sobre el martirio y muerte del padre jesuita Santiago Herrero:

«Este ataque de los abipones ocurrió en el verano de 1747, poco antes de la embestida que sufrió el joven sacerdote Santiago Herrero en Río Segundo cuando iba camino a Santa Fe para remontar el Paraná y alcanzar su destino en las reducciones guaraníes. El 18 de febrero de ese año un grupo de abipones atacó al grupo que viajaba con el P. Herrero. Estaba al mando del cacique Kebachichi quien personalmente le atravesó el pecho con una lanza. El Cabildo de Córdoba reaccionó ante los ataques abipones de ese verano y el teniente de gobernador don Manuel de Esteban y León preparó unas gurupas a cargo del sargento mayor don Juan Vicente Montenegro que iría a Río Seco y al maestre de campo Juan Álvarez que partiría para el río Segundo. (2)

Se estaba haciendo más común ver a los avipones asolar estos pagos, por cierto muy alejados de sus asientos naturales en el Chaco paraguayo, seguramente como consecuencia de los constantes enfrentamientos con los mocovíes, y de las persecuciones a las que fueron sometidos desde principios de 1700 por el gobernador del Tucumán Esteban de Urizar y Arespacochaga, quien se refería asi a los abipones en una carta dirigida al rey Felipe V de España: “El Chaco Gualamba era herida sangrante del Tucumán (…) es la guarida de gente indomesticable y feroz, bárbaros de los bosques, donde viven como fieras, sin política ni propiedad o costumbre que parezca de hombres, sino de tigres sedientos de la sangre de cristianos”. (3)

Unos años más tarde don Juan Clemente BAIGORRÍ y TEJEDA recibió en su estancia a una comitiva de padres jesuitas que iban de camino hacia la estancia de San Ignacio, que había pertenecido a su padre don Juan Clemente BAIGORRÍ y BAZÁN, y por esos días alojaba la mayor estancia jesuítica de la gobernación del Tucumán, con una extensión de cerca de 280.000 ha. En la tertulia el padre Diego de Horbegozo (4) le comenta a don Juan Clemente y a su mujer que en ocasión de un encuentro con caciques abipones en las cercanías de la laguna de Añapiré, había conocido a una niña cautiva. Los últimos datos que tenía era que estaba en la recientemente erigida reducción abipona de San Jerónimo del Rey (primer asentamiento de la actual ciudad de Reconquista, en Santa Fe).  La niña era conocida entre los abipones como «Cata Linha Iibichigi» debido a la furiosa expresión de su cara -una versión local de la célebre “Stands with a fist” en la película Danza con Lobos. Los ojos de don Juan Clemente y doña Francisca se iluminaron enseguida sabiendo que no podía tratase de otra más que su pequeña Catalina; y aquella misma tarde empezó a imaginar y planear el rescate de su hija.

Estancia San Ignacio de Calamuchita
Interpretación de la estancia de San Ignacio de Calamuchita realizada por el artista Francesc Fabregas y Pujadas en 1957 (Page y Schavelzon, 2012)
Capilla del Nuestra Señora del Pilar en la Estancia “La Concepción” (Villa del Pilar, Rio Segundo, Córdoba)

La caravana dirigida por Don Juan Clemente dejó la Falda del Soconcho en dirección al este con la intención de pasar por la Villa del Pilar donde la familia Sobradiel y Vélez de Herrera poseía la estancia “La Concepción”. Allí se encontraron con el capitán Bernardo VÉLEZ de HERRERA que se sumaría a la expedición. Este estaba casado con María Teresa BAIGORRÍ y TEJEDA, hermana de don Juan Clemente. Por la mañana luego de asistir a misa en la Capilla del Pilar siguieron en dirección al este bordeando el río Xanaes (luego conocido como rio Segundo), hasta llegar a la villa de San José de los Ranchos. En este caserío se fundaría años más tarde la Villa del Rosario.

Allí reaprovisionaron las carretas y las alforjas de las mulas para retomar la huella que bordeaba el Xanaes en dirección al Fuerte del Tío. La huella ya no era tal, y el terreno cada vez mas yermo y desolado. Al caer el sol la expedición debía adentrarse en montes de espinos para acampar sin ser vistos por exploradores indios que patrullaban los bordes arenosos del rio. Desde el Fuerte del Tio, y ya dejando el rio Xanaes, les esperaba una tramo de 5 jornadas a campo traviesa por terrenos de gran chatura, donde si bien ya no habia tranto patrullaje de indios, no eran raros los encuentros con pumas y otros gatos salavajes. Grande fue la alegría cuando desde un promontorio coronado por un ombú de generosas sombras pudieron ver el sereno rio Paraná bañando las costas del fuerte de Santa Fe del Pago de la Vera Cruz.

Habían transcurrido 3 años desde del rapto de Catalina, y su padre ya no veía la hora de llegar a la ciudad de Santa Fe, donde el Rector del Colegio de la Inmaculada Concepción lo esperaba con instrucciones para dirigirse la reducción de San Jerónimo del Rey. Allí debía ofrecer un rescate ante el jefe abipón Ychoalay. La estancia en Santa Fe se prolongó más de lo esperado, ya que no fue sencillo conseguir una patrulla de soldados dispuesta a sumarse a la misión de rescate de la niña. La población de Santa Fe había sufrido en carne propia los asaltos de indios, y los recuerdos de algunas carnicerías recientes acobardaron a más de un español. Por entonces era Teniente de Gobernador de Santa Fe el capitán don Francisco Antonio de VERA MUXICA y TORRES, sobrino carnal de nuestra 7a bisabuela doña Josefa María de TORRES y SALGUERO. Don Francisco se mostró muy bien dispuesto hacia don Juan Clemente -entre otras cosas porque este traía consigo una carta del Gobernador de Córdoba del Tucumán don Juan MARTÍNEZ de TINEO solicitando se le asistiera en su campaña-, y fue así que le concedió de buena gana un puñado de Blandengues dispuestos a acompañarlo como escolta, más tentados por promesas en forma de monedas que por el cristiano deseo de rescatar a la niña cautiva. Entre ellos se encontraba el joven cabo Bernardo de Encinas, un criollo santafesino de aspecto regordete a quien el resto de sus compañeros llamaban con sorna “El Mama Sopa” ya que su madre todos los días le llevaba hasta el fuerte un cazo de madera curada conteniendo una sopa de ajo con vino. Bernardo -aunque malcriado por la devota madre- era un soldado orgulloso de su condición y versado en libros de caballería y guerra. El resto de los soldados eran un rejunte de imberbes iletrados, con más experiencia en bares y tareas de labranza que en el arte de la guerra. Así y todo, lucían muy profesionales con sus casacas de color azul y collarín rojo, y pantalones de paño color pardo. Las botas de variada calidad, algunas recauchutadas con tientos, otras que dejaban escapar por los agujeros de la suela mugrientos y aromáticos calcetines. Si no fuera por esos uniformes le sería muy dificil distinguir a Don Juan Clemente a soldados de aborígenes. Es que en rigor la forma de vida entre los salvajes, tampoco distaba mucho en urbanismo y moralidad a la que se vivía en esos días entre no tan refinados colonizadores españoles.

Claro que Catalina estaba acostumbrada a los cuidados y educación que disfrutaba en su añorada Falda del Soconcho, y el contraste se le hacía muchas veces repugnante.

En cierta ocasión luego de una excursión de cacería a los pantanos la niña había logrado su primer trofeo: un Jaguarundí de pelaje carmín oscuro apareció de la nada y mientras erizaba su lomo con amenazante fiereza sucumbió ante la aguda punta de su lanza. La joven lo despellejó con detreza y cubrió su espalda y torso con la piel brillante del felino, descartando entonces la manta de Nandutí que habia tejido durante el invierno para cubrir su desnudez. De regreso al campamento, un abipón con la frente rapada y fiera expresión al ver la magnífica piel se la arrebató de un empujón dejando sus jóvenes senos al descubierto al tiempo que se burlaba con su boca de dientes destartalados y renegridos. No pasaría mucho tiempo antes de que Catalina pudiera vengarse del guerrero, recuperando su piel de gato en una competencia de destreza con arco y flecha en la que humilló al guerreo delante de toda la población de la reducción convocada para esos juegos.

Rantamplán
Morris & Goscinny. Belgium,1962

En la mañana del día de San Valerio de Bierzo de 1750, la comitivia dejó atrás la población de Santa Fe, seguida por un perro raquítico que, a pasar de recibir piedrazos e imporperios para que desistiera en su afán de seguirlos, parecía aun más decidido a seguir la caravana … recordando al fiel y astuto Rantamplán.

Eran en total 20 hombres a caballo: El Maestre de Campo don Juan Clemente, sus hijos mayores José Roque y Tomás (que rondaban los 18 y 16 años respectivamente), su hermano Francisco Gabriel BAIGORRÍ y TEJEDA, su cuñado don Bernardo VÉLEZ de HERRERA (abuelo que sería del futuro autor de Código Civil: Dalmacio VÉLEZ SARSFIELD), 10 soldados blandengues, y 3 nativos comenchingones que venían de la encomienda de indios de Don Juan Clemente -entre los cuales se encontraba el bautizado Diego de Baigorrí, excelente cocinero y viscachero de la Falda del Soconcho-. Finalmente 2 rastreadores mocovíes, a uno de los cuales le faltaba una oreja como consecuencia de su captura y tortura por parte de los abipones cerca de la reducción jesuítica de San Javier en el Chaco. A pocas leguas de alli, cruzando el Arroyo del Rey se encontraba la Reducción de San Jerónimo, que había sido fundada por el gobierno de Santa Fe y los Jesuitas en Octubre de 1748. Estuvieron presentes en el acta de fundación el Teniente de Gobernador don Francisco de Echagüe y Andía; el rector del Colegio de los Jesuitas padre Diego de Horbegozo, y los caciques abipones Alaikin, Kuebachin e Ychoalay. (5)

En la Reducción de San Jerónimo del Rey el cacique Ychicolay aceptó de muy buena gana recibir a la comitiva del cordobés, ya que los padres jesuitas Horbegozo y Martín Dobrizhoffer habían convencido al cacique que aceptara los bienes y regalos que traía don Juan Clemente Baigorrí en rescate por su niña Ibichigui. Pero por más que sentía curiosidad por los regalos, sabía que no iba a entregar a la niña Catalina asi nomás. Aunque feroz y díscola, el cacique disfrutaba de su presencia en la Reducción ya que era fuente constante de entretenidas historias y peleas entre sus guerreros por su carácter explosivo. No la iba a entregar por vidrios y baratijas.

Luego de una abundante comida a base de carne de tapir, servida con un caldo de hiervas y mandioca, tuvo lugar en el descampado del pueblo que hacía las veces de Plaza Mayor una reunión donde Don Juan Clemente explicó a sus anfitriones la importancia de recuperar a su hija que había sido raptada contra su voluntad. Ychicolay se mostró desinteresado en los problemas de don Juan Clemente, como parte de su estrategia para obtener el mayor beneficio en el intercambio. No tenía intenciones de retener a Catalina, sino de obtener el mejor precio posible. La verdad es que el cordobés tampoco tenía intenciones de llegar a acuerdo alguno por su hija, sino simplemente tomarla sin pagar un duro, porque entendía que se le habia sido arrebatada. Si acaso debería cobrarle al abipón por tamaño atropello. Además el saqueo y la mala produccion mular en sus estancias habian hecho mella en su fortuna y le hubiera llevado meses juntar la cantidad de monedas de plata que el caso requería. Como sea el único plan que tenía don Juan Clemente era conseguir que los abipones consumieran la mayor cantidad de chicha y aguardiente que fuera posible, mientras un grupo de 2 soldados liderados por su hermano se infiltraba en el interior del campamento abipón a la espera de una señal de Juan Clemente para llevarse a la niña.

“La Cautiva Paraguaya. Juan Manuel Blanes, 1879

En sus muchas visitas a los mercados de Charcas, Juan Clemente trajo varios cargamentos de Tubos de Fuego traidos desde Génova; cohetes de fuegos de artificio que hacían las delicias de familiares e invitados durante las grandes fiestas navideñas en la estancia del Soconcho. Uno de los comenchingones, siguiendo instrucciones de su patrón, se acercó con total sigilo hasta los carretones, y tomando un barril lleno de tubos se ubicó detrás de unos caldenes, y encendió la mecha …

Tremendo repimporroteo que se armó en el campamento, los aborígenes salían corriendo sin ton ni son y chocaban entre si. Mulas y caballos salieron espantados corriendo de un lado para otro y armando un desparramo en los pobladores del campamento que imaginaban que llagaba el fin del mundo. En efecto el ruido era ensordecedor, y en la oscuridad de la noche los fuegos brillaban con un esplendor diferente.

Uno de los soldados que acompañaba a Francisco Baigorrí, Bernardo Encina, tomó de las caderas a la desconcertada Catalina y la cargó sobre sus hombros para llevarla a toda prisa a un claro donde habian dejados debidamente cabestreados y maneados a los caballos de los expedicionarios. Alli se juntaron con Juan Clemente, el resto de la familia y los comechingones. Los Blandengues quedaron apostados en el claro junto a las carretas cubriendo la retaguardia a fin de retener a cualquier abipón que quisiera salir a perseguirlos. Cosa que nunca ocurrió, pues les llevó varios dias rearmar en sus cabezas lo que acababa de ocurrir.

Catalina todavía desconcertada miraba a Juan Clemente con desconfianza mientras este le decia lo mucho que la había extrañado en estos penosos 4 años. Le hablo de de su madre, de sus hermanos, de la muerte de su abuela a manos de los abipones, y de a poco Catalina empezó a recordar … no podía pronunciar palabra, ya no sabía como …. pero en sus ojos mojados de lágrimas se traslucía el dolor y el desgarro, la soledad de esos años vividos en un mundo tan diferente y tan distante a la pampa del Soconcho.

Muy distante, pero que se juntan en esta entrañable tonada que se me antoja cordobesa y guaraní:

Reclina niña tu frente sobre mí,
que aquí reina un fresco ambiente,
y en las cuchillas se siente,
un perfume de alhelí.
Reclina bella cautiva,
amorosa y sensitiva,
en brazos de Alboreví,
quién te ama con ansia ardiente,
reclina niña tu frente sobre mí.

Fin

Juan Clemente BAIGORRÍ y BRIZUELA fue nuestro 8vo. bisabuelo por el lado de Julián “Segundo” VÁSQUEZ BAIGORRÍ. Estuve intentando encontrar alguna información sobre Catalina BAIGORRÍ, cualquier dato sobre su vida en cautiverio, su posterior matrimonio y descendencia … nada, no puede encontrar absolutamente nada. Solo sé que se terminó casando con Bernardo Encina, y nada más. Y como no encontré historia para contar, es que decidí recrearla yo mismo en mi imaginación y así nació este intento de cuento. La mayoria de los personajes y circunstancias son reales, quizá con alguna imprecisión aquí y alli … permitida tal vez por la famosa licencia poética o literaria?

Notas:

  1. Gaspar Juárez, “La vida del novicio jesuita José Clemente Baigorrí”. Transcripta por Carlos A. Page. Baez Ediciones, 2012.
  2. Carlos A. Page, “Martirio y muerte de Santiago Herrero”. Revista Nro. 73 de la Junta Provincial de Estudios históricos de Santa Fe. Santa Fe, año 2015-16)
  3. Altamirano – Dellamea – Sbardella, “Historia del Chaco”. Ediciones Dione, Resistencia, Chaco, año 1987.
  4. El Padre Horbegozo era por entonces Rector del colegio jesuita de la Inmaculada Concepción en Santa Fe.
  5. Martín Dobrizhoffer, “Historia de los Abipones”. Tomo III. Santa Fe. Imprenta de la Universidad Nacional del Litoral. 1971, página 126.

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  1. Paula says:

    Congratulations, bro! Me encantó el cuento!!! Me parece muy real y artístico poner esas letras de la Cautiva al final!
    Un fuerte abrazo!! Tu young sister!

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  2. paula vazquez ávila says:

    Hola, hermanito! Te puse un coment… pero no sé si se publicará or not… Besos!

    El 24 may. 2021, a la(s) 21:52, WordPress.com escribió:

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  3. arturova says:

    Gracias hermanita! si, me llegaron los dos mensajes. Un beso

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